La
violencia en el fútbol estuvo, está y estará siempre. Encabezada por los
barra-bravas y con cómplices tan fieles como el Gobierno, la Policía y los
dirigentes de los clubes. A simple vista parece algo sencillo, algo que resulta
ilógico que no se lleve a cabo. Sin embargo, las relaciones y las conveniencias
impiden cada fin de semana que la violencia diga chau.
Los
barra-bravas, y por consiguiente la violencia, no son muchachos que aparecieron
en la década del 90. Ya por los años 70, Enrique Ocampo empezaba con el negocio,
que por ahora no representaba lo que es el actual. Ocampo era más conocido como
“Quique el carnicero”. El primer barra-brava y de Boca para la historia. No
obstante, quienes se ubicaban a su alrededor comenzaban a ver este negocio con
ojos cada día más interesados. Tal es así que comenzados los 80 José Barrita, “El
Abuelo”, le ganó la pulseada y se quedó con todo el poder.
Las visitas
en La Candela, lugar donde entrenaba Boca Juniors, ya empezaban a naturalizarse
en el mundo Boca y en el universo del fútbol argentino. Conjuntamente,
aparecían peleas, disparos, muertes, absueltos y “acá no pasó nada”. Cualquier
similitud con la actualidad es pura coincidencia. Pero esto crecía y crecía.
Además de la violencia aumentaba el dinero en juego, los viajes a provincias –y
viajes para ver a la Selección también ya sea mundiales o eliminatorias-. El
mounstro se desarrollaba sin parar.
Mientras
tanto, dirigentes y políticos no veían lo que comenzaba a pasar. O sí, pero su
complicidad y amistades hacían que miren para otro sector. Llegaron los 90 y el
mounstro ya empezaba a transformarse en amo y señor. Miles y miles de dólares
llegaban inentendiblemente a los bolsillos de los barras –sin explicación por
cierto-. Y esto no sucedía sólo en Boca,
pese a ser este el epicentro de todos los hechos. River, Independiente, Racing,
San Lorenzo y todos los clubes ya tenían sus referentes en las tribunas. No
obstante, en Boca ocurrían más de lo normal. El “Abuelo” era sentenciado a
prisión por asociación ilícita y Rafael Di Zeo, quien hacía varios años que
frecuentaba la segunda bandeja de la Bombonera, tomaba las riendas del negocio.
El negocio
ya era grande en todos los equipos. Cifras millonarios anuales iban a manos de
los barras. En el 2000 fue el apogeo. Actualmente, no se puede concebir un
equipo sin barra-bravas. Porque nadie quiso que sea así y nadie querrá, porque
parece imposible. Sin embargo, apareció un dirigente que se preguntó por qué
no. Javier Cantero, flamante presidente de Independiente, intentó, intenta e
intentará erradicar a los barras de su club. Difícil seguramente, ya que atrás
de ellos está la Policía Bonaerense, la Asociación del Fútbol Argentino y los
políticos, todos lo que fueron cómplices desde un comienzo.
Y mientras
Cantero sigue luchando, Juan Carlos Crespi, dirigente de Boca, manifiesta que
su equipo no tiene barras. Es decir, que la cuna de los barra-bravas no tenía
barras. Hasta que sucede lo de siempre. Dos bandos se cruzan en la autopista,
disparos y como consecuencia, heridos de bala. Las respuestas y explicaciones
brillaron por su ausencia. Entendible seguramente, ya que todos se conocen,
todos son cómplices de este negocio.
Ya pasaron
cuarenta años y el mounstro no para de crecer. El negocio cada vez es más
grande y la ambición cada partido es mayor. Porque no importa si alguien
intenta cambiar la situación. El sistema le pondrá una barrera y lo dejará
solo. Como a Cantero, que cada día está más solo.