Maestro de primero a sexto, dentro
y fuera de las aulas. Martín es simplemente eso, un maestro. Enseña y aprende
con sus estudiantes. Y aunque a veces sus alumnos se dispersan o reniegan de un
tema, él siempre encuentra el modo de ejercer la docencia, de enseñar y
aprender, y sobre todas las cosas de jugar. Y los Juegos Olímpicos de Río de
Janeiro fueron la excusa ideal de Martín para las clases durante dos semanas de
agosto.
Las clases de ciencias naturales se
sumergieron en lo más profundo de las aguas. Sus estudiantes, fieles
criticadores de los temas que propone la naturaleza, descubrieron para el aula
y para el mundo que hay un nueve pez en el planeta y que sin muchos preámbulos
determinaron llamar a esa especie por su nombre: Michael Phelps. Después de
colgarse medallas y medallas de oro, minutos después de su última participación
en los Juegos, después de su último oro y después del agradecimiento de Phelps
a sus compañeros de posta por participar en su última carrera, los estudiantes
de Martín se tiraron a la pileta y nadaron en tiempos récords en los libros de
ciencias naturales.
En esos libros y en esas aguas
encontraron a dos navegantes de la vida. Cecilia Carranza y Santiago Lange, los
argentinos que obtuvieron la medalla dorada en vela, acompañaron a los chicos a
navegar todo tipo de agua y cada uno de los días posteriores. Mientras
navegaban en la historia de los vientos y las aguas, descubrieron que Santiago
Lange en 2015 había superado un cáncer de pulmón y Martín y sus alumnos
consensuaron que eso ya lo convertía en un olímpico de la vida y festejaron una
nueva medalla para Argentina.
Las clases de arte también
tuvieron su distinción. Martín, maestro y jugador de todos los Juegos, no dudo
en traer a su aula a Simone Biles, la gimnasta estadounidense que enamoró y
emocionó al mundo con la belleza de sus saltos. Ganadora de cuatro medallas de
oro, Biles logró que los estudiantes de Martín saltaran para siempre a los
cuadros de Picasso, porque tanto para Martín como para sus alumnos lo de Biles
era sin duda arte en su máximo esplendor.
Cada día de estas dos semanas de
agosto, Martín les aseguraba a sus estudiantes que cada clase quedaría en cada
uno de ellos para siempre. Lo decía convencido, seguro, sin temor a
equivocarse. Para Martín cada aula en la que entraba era para él una verdadera
Generación Dorada como la Selección Argentina de Básquet y aseguraba que toda
generación dorada trasciende épocas y momentos. Y aunque esta vez no logró
encontrar un tema específico de los que proponen los subjetivos planes de
estudios, Martín llevó a Ginóbili, Scola, Delfino y Nocioni a sus aulas. Lo
hizo con un solo propósito: contarle a sus estudiantes que el paso por la
escuela como determinadas generaciones de jugadores sólo duran algunos años,
pero que se guardan para toda la vida.
Las clases olímpicas de Martín
eran sobre todas las cosas olímpicas, sin medallas que impongan los nombres.
Por eso un día les contó a sus estudiantes, a sus compañeros de aula, sobre su
sobrina María, que trabaja sin relojes ni calendarios y no se cansa nunca de
ayudar a quienes sufren la injusticia más dura como es la desigualdad social. Martín
sabe que su sobrina María vive luchando contras las desigualdades, por cambiar
cada día un poco más el mundo, y eso la convertía sin duda en una persona
olímpica. Los estudiantes de Martín no solamente determinaron entregarle una
medalla dorada a María sino que también empezaron a pelear por la inclusión y
la igualdad social.
Los Juegos regalaron historias y
Martín y sus estudiantes leían y conocían cada una de ellas. Cada uno de los
días antes de subir a las aulas, los alumnos de Martín y los alumnos de otros
maestros deben juntarse en el patio del colegio para izar la bandera. Este es
el primer momento que los chicos reniegan de la escuela, el orden tan temprano
en la mañana. Martín, jugador de toda la cancha y a toda hora, jugó con las
formaciones. Desde el más pequeño al más alto llevaron durante dos semanas un
nombre. Los nombres variaban a diario, pero hubo dos que nunca faltaron:
siempre dijo presente primera en la fila Paula Pareto, ganadora de la medalla
de oro en judo con un metro cincuenta, y siempre estuvo al final de la fila
Juan Martín Del Potro, que a pesar de medir casi dos metros no se le complicó
para que le cuelguen la medalla de plata.
Entre juegos y más juegos, las
clases de matemática llenas de números jugaron a la par de Río de Janeiro. Y lo
hicieron con quien desafía hace tres Juegos Olímpicos los números de los
récords. En las clases de matemática los estudiantes de Martín jugaron a ser
Usain Bolt. Minutos antes que termine cada una de las horas de matemáticas,
Martín les presentaba a sus estudiantes un problema matemático para que lo
resuelvan en los mismos tiempos en los que Bolt corre 100 y 200 metros. Los
chicos, interesados esta vez en los números, lograron resolver miles y miles de
problemas. Lo hicieron como cada carrera de Bolt y los terminaron como Bolt
termina cada carrera: felices y disfrutando. El único problema que no lograron
resolver hasta el momento es cómo explicar que existe Bolt, que vuela sobre las
canchas y que desafía todo tipo de números.
Pasaron los Juegos Olímpicos de
Río de Janeiro, pero las clases de Martín siguen. Ahora sus estudiantes
profundizan en cada uno de los temas. Faltan cuatro años para Tokyo 2020, pero
algo saben Martín y sus alumnos: olímpicos hay que ser todos los días.