domingo, 21 de agosto de 2016

El maestro olímpico



Maestro de primero a sexto, dentro y fuera de las aulas. Martín es simplemente eso, un maestro. Enseña y aprende con sus estudiantes. Y aunque a veces sus alumnos se dispersan o reniegan de un tema, él siempre encuentra el modo de ejercer la docencia, de enseñar y aprender, y sobre todas las cosas de jugar. Y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro fueron la excusa ideal de Martín para las clases durante dos semanas de agosto.

Las clases de ciencias naturales se sumergieron en lo más profundo de las aguas. Sus estudiantes, fieles criticadores de los temas que propone la naturaleza, descubrieron para el aula y para el mundo que hay un nueve pez en el planeta y que sin muchos preámbulos determinaron llamar a esa especie por su nombre: Michael Phelps. Después de colgarse medallas y medallas de oro, minutos después de su última participación en los Juegos, después de su último oro y después del agradecimiento de Phelps a sus compañeros de posta por participar en su última carrera, los estudiantes de Martín se tiraron a la pileta y nadaron en tiempos récords en los libros de ciencias naturales.

En esos libros y en esas aguas encontraron a dos navegantes de la vida. Cecilia Carranza y Santiago Lange, los argentinos que obtuvieron la medalla dorada en vela, acompañaron a los chicos a navegar todo tipo de agua y cada uno de los días posteriores. Mientras navegaban en la historia de los vientos y las aguas, descubrieron que Santiago Lange en 2015 había superado un cáncer de pulmón y Martín y sus alumnos consensuaron que eso ya lo convertía en un olímpico de la vida y festejaron una nueva medalla para Argentina.

Las clases de arte también tuvieron su distinción. Martín, maestro y jugador de todos los Juegos, no dudo en traer a su aula a Simone Biles, la gimnasta estadounidense que enamoró y emocionó al mundo con la belleza de sus saltos. Ganadora de cuatro medallas de oro, Biles logró que los estudiantes de Martín saltaran para siempre a los cuadros de Picasso, porque tanto para Martín como para sus alumnos lo de Biles era sin duda arte en su máximo esplendor.

Cada día de estas dos semanas de agosto, Martín les aseguraba a sus estudiantes que cada clase quedaría en cada uno de ellos para siempre. Lo decía convencido, seguro, sin temor a equivocarse. Para Martín cada aula en la que entraba era para él una verdadera Generación Dorada como la Selección Argentina de Básquet y aseguraba que toda generación dorada trasciende épocas y momentos. Y aunque esta vez no logró encontrar un tema específico de los que proponen los subjetivos planes de estudios, Martín llevó a Ginóbili, Scola, Delfino y Nocioni a sus aulas. Lo hizo con un solo propósito: contarle a sus estudiantes que el paso por la escuela como determinadas generaciones de jugadores sólo duran algunos años, pero que se guardan para toda la vida.

Las clases olímpicas de Martín eran sobre todas las cosas olímpicas, sin medallas que impongan los nombres. Por eso un día les contó a sus estudiantes, a sus compañeros de aula, sobre su sobrina María, que trabaja sin relojes ni calendarios y no se cansa nunca de ayudar a quienes sufren la injusticia más dura como es la desigualdad social. Martín sabe que su sobrina María vive luchando contras las desigualdades, por cambiar cada día un poco más el mundo, y eso la convertía sin duda en una persona olímpica. Los estudiantes de Martín no solamente determinaron entregarle una medalla dorada a María sino que también empezaron a pelear por la inclusión y la igualdad social.

Los Juegos regalaron historias y Martín y sus estudiantes leían y conocían cada una de ellas. Cada uno de los días antes de subir a las aulas, los alumnos de Martín y los alumnos de otros maestros deben juntarse en el patio del colegio para izar la bandera. Este es el primer momento que los chicos reniegan de la escuela, el orden tan temprano en la mañana. Martín, jugador de toda la cancha y a toda hora, jugó con las formaciones. Desde el más pequeño al más alto llevaron durante dos semanas un nombre. Los nombres variaban a diario, pero hubo dos que nunca faltaron: siempre dijo presente primera en la fila Paula Pareto, ganadora de la medalla de oro en judo con un metro cincuenta, y siempre estuvo al final de la fila Juan Martín Del Potro, que a pesar de medir casi dos metros no se le complicó para que le cuelguen la medalla de plata.

Entre juegos y más juegos, las clases de matemática llenas de números jugaron a la par de Río de Janeiro. Y lo hicieron con quien desafía hace tres Juegos Olímpicos los números de los récords. En las clases de matemática los estudiantes de Martín jugaron a ser Usain Bolt. Minutos antes que termine cada una de las horas de matemáticas, Martín les presentaba a sus estudiantes un problema matemático para que lo resuelvan en los mismos tiempos en los que Bolt corre 100 y 200 metros. Los chicos, interesados esta vez en los números, lograron resolver miles y miles de problemas. Lo hicieron como cada carrera de Bolt y los terminaron como Bolt termina cada carrera: felices y disfrutando. El único problema que no lograron resolver hasta el momento es cómo explicar que existe Bolt, que vuela sobre las canchas y que desafía todo tipo de números.


Pasaron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, pero las clases de Martín siguen. Ahora sus estudiantes profundizan en cada uno de los temas. Faltan cuatro años para Tokyo 2020, pero algo saben Martín y sus alumnos: olímpicos hay que ser todos los días.