El 10 de junio de 1986 mientras
Argentina le ganaba 2 a 0 a Bulgaria en el Mundial de México, con goles de
Jorge Valdano y Jorge Burruchaga, el Negro Baltazar festejaba su cumpleaños
número 46. Festejaba con su familia y sus compañeros. Festejaba el segundo
triunfo de la selección en el mundial y el pase a octavos. Pero sobre todas las
cosas el Negro Baltazar el día de su cumpleaños festejaba que con ese resultado
los cuartos de final podían ser contra Inglaterra. No lo decía entre sus
familiares y compañeros porque primero estaban los octavos de final contra Uruguay.
Pero el Negro estaba convencido, los cuartos iban a ser contra los ingleses.
El Negro Baltazar miraba el
Mundial del ’86 por Argentina, por el fútbol y por Maradona. Se quejó por las
patadas que lo hostigaron en el partido frente a Corea del Sur. Se enamoró una
vez más de Diego con el gol a Italia. Se puso ansioso en los partidos contra
Bulgaria y Uruguay porque Diego no convirtió goles. Pero el Negro Baltazar
sabía que la historia se escribe con lucha y compañerismo, y el partido de
cuartos era el momento de la historia para escribir un capítulo único.
En el fútbol, como en la vida,
las gambetas eluden mucho más que jugadores. Una gambeta saca del camino a
cuanta injusticia se interponga en el trayecto. Eso lo sabía Diego y lo sabía
el Negro Baltazar, que hacía 46 años gambeteaba en la vida. Sus gambetas no
fueron con la pelota ni tampoco solitarias. Porque una gambeta, un engaño al
rival, necesita la ayuda de un compañero, de alguien que esté presente para
generar incertidumbre en el contrario. El Negro Baltazar, militante de la vida
y de sus ideales, gambeteó injusticias y persecuciones políticas. Gambeteó
destinos y mudanzas obligadas porque unos pocos buscaban desterrar sus ideales
e imponer el miedo. Diez años antes que empiece el Mundial del ’86, se iniciaba
en Argentina la más siniestra historia de las dictaduras cívico-militares.
Desde aquel día, y de antes también, el Negro Baltazar gambeteaba junto a su
familia y compañeros secuestros y torturas.
El Negro Baltazar veía en Diego a
un gambeteador de la vida. Porque Diego gambeteaba dentro y fuera de la cancha.
Adentro lo hacía con los rivales. Afuera gambeteaba a las injusticias sociales
del día a día. Ambos gambeteaban y luchaban. Los dos siempre con la camiseta de
su país, de Argentina, que la defendían a diario.
Doce largos días pasaron del
cumpleaños número 46 del Negro Baltazar para llegar finalmente a los cuartos de
final contra Inglaterra. Habían pasado cuatro años de la inentendible guerra de
Malvinas y las comparaciones eran inevitables. “Este será un partido ideal para
que se confundan los imbéciles”, escribió Jorge Valdano horas antes del
partido. El Negro Baltazar estaba muy lejos de esa comparación. No lo veía como
una revancha. Pero el corazón en el fútbol, como en la vida, tira mucho por la
bandera y en este partido el corazón jugaba un papel protagónico.
El Negro Baltazar lo vio tan
ansioso como convencido ese partido. Confiaba en su país y en Maradona. Y no se
equivocó. Diego gambeteó, jugó con un compañero como hacía el Negro Baltazar en
la vida, y engañó a árbitros y jueces. El puño izquierdo, símbolo de lucha,
llegó más lejos que las manos y los ojos del arquero inglés Peter Shilton. La
pelota entró picando al arco y Diego salió corriendo festejando el primer gol
argentino. Era “la mano de Dios”, la de un pueblo abatido por la injusticia de
una guerra. No era revancha ni justicia divina. Porque esto no era un robo, no
era un robo como aquel de hacía cuatro años, impune e injusto. Esto era gambeta
y engaño. Era el puño de Maradona y los puños de miles de compañeros que
lucharon como el Negro Baltazar. Pero el Negro seguía convencido de algo: no
alcanzaba con el engaño, con la mano izquierda del lado de la justicia, faltaba
algo más, faltaba el fútbol, faltaban gambetas.
“Gambeteando a todos enfrentó al
arquero; y con fuerte tiro quebró el marcador” dice el tango de Reinaldo Yiso
graficando lo que fue un derroche de gambetas en el Estadio Azteca. Cinco
minutos después de la mano que engañó a todos, Diego se vistió de Negro
Baltazar, de héroes de guerra, de compañeros desaparecidos, de marginados por
las desigualdades sociales, y se lanzó al mundo a gambetear ingleses. Gambeteó
a todos como canta el tango. Tenía razón el Negro Baltazar. No alcanzaba con la
mano, faltaba la gambeta tan suya como de Diego. No era un partido más ni
tampoco era una revancha. Así lo sentía el Negro Baltazar, que festejaba los
goles y las gambetas de Diego.
Con el pasar de los años, Jorge
Valdano, que esperó el pase de Diego en toda la jugada y disfrutó el gol como
todos, sentenció "en un partido de un grandísimo valor simbólico, Maradona
mostró las dos formas de ser del argentino. En el primer gol muestra la
picardía criolla o la viveza. Argentina es un país donde el engaño tiene más
prestigio que la honradez. Pero también tiene otra cara. Es la del virtuosismo
y la habilidad. En el segundo gol Maradona corona el partido con una obra de
arte. Es la habilidad, la gambeta, la nuestra". Valdano resumía todo en
una frase. Resumía la jugada que quedaba grabada para la eternidad en la retina
de él y de miles de personas. Y en las retinas de Manuel Alba Olivares, un
colombiano que hizo conocer Eduardo Galeano, gambeteador en la vida y con las
palabras, en “Los hijos de los días”. Esas gambetas fueron las últimas imágenes
de Manuel, que a los once años y cuando Diego empujaba la pelota a la red, sus
ojos se cerraron para siempre. Desde aquel día, Manuel pide prestados los ojos
de sus amigos para ver gambetas en el fútbol y en la vida.
El 25 de marzo de 2016, un día
después de la multitudinaria marcha - en la que estuvo presente su familia y
sus compañeros- en recuerdo a los 30 mil desaparecidos en la última dictadura cívico-militar,
a 39 años de la desaparición del periodista, escritor, luchador, gambeteador,
militante y compañero Rodolfo Walsh, a casi 30 años de aquellos festejos por su
cumpleaños número 46 y los goles de Diego, el Negro Baltazar no pudo gambetear
más internaciones, ampollas ni enfermedades. Trascendieron sus ideales y sus
gambetas. Sus compañeros que no veía hace 40 años lo esperaban para gambetear nuevas
aventuras de militancia y de principios.
Acá seguiremos, como el Negro Baltazar y Maradona, gambeteando injusticias por
la memoria de quienes lucharon con gambetas.