miércoles, 16 de noviembre de 2016

Como en casa



Hugo Moyano está en la sede de Independiente para dar comienzo a una nueva asamblea. Y pese a que pocas veces asistió a la misma en lo que va de su mandato, Hugo se siente como en su casa. Casi nadie lo critica, casi nadie lo cuestiona, casi nadie le recrimina la falta de logros deportivos en sus dos años de gestión. Sin duda, está muy tranquilo.

Para entender al Hugo Moyano presidente de Independiente es inevitable e incluso necesario entender y conocer al Hugo Moyano sindicalista. No se puede separar una tarea de otra. El mismo Moyano realiza la mayoría de las firmas de contratos en oficinas de la CGT. La carrera gremial de Hugo empezó desde muy joven a los escasos 18 años. El sindicalismo, la CGT, el gremio de Camioneros es su segunda casa. En esa casa está cómodo, es el terreno que mejor maneja, en el que está hace más de 50 años. Y desde hace dos años hace que Independiente hable en ese idioma, el gremial. Y así sentirse en su casa.

Se aprobó el presupuesto y el balance en la asamblea con prácticamente todas las manos de los representantes de socios levantadas, incluidas las de la “oposición”. Es el turno de analizar la reforma del estatuto y Juan Torres, integrante de la agrupación “Lista Roja”, solicita ir a un cuarto intermedio para trabajar y profundizar más los artículos del nuevo estatuto. Hugo pide la palabra y responde como en su casa: “Llevando al nivel donde yo me manejo, al nivel gremial. Mi propio hijo Facundo promueve la democratización en los gremios. Yo también estoy de acuerdo que los gremios se tienen que democratizar al máximo y además promueven que no se permitan más de dos períodos de mandatos. Yo no estoy demasiado de acuerdo con eso. Eso es una actitud que tiene el socio de la institución, el afiliado al sindicato. Si bien uno está de acuerdo con algo, hay que buscar el momento para poder ponerlo en práctica”. Hugo Moyano le habla al socio de Independiente como le habla hace años al afiliado de un sindicato. Hugo Moyano es Secretario General de la CGT desde 2004. Hugo Moyano fue elegido Secretario General de Choferes de Camioneros de Buenos Aires en 1987, 1991, 1995, 1999 y 2003. Lejos está de limitar los mandatos a únicamente dos períodos.

Aunque no va a perdurarse en incontables mandatos en Independiente como si lo hizo a lo largo de su carrera en los diferentes sindicatos que encabezó y encabeza, entender su labor en dicha área ayuda y aporta a entender y analizar su gestión en Independiente. En la política, cualquiera sea el rubro, quien gobierna tiene dos caminos: intentar erradicar a la oposición si es que la hay y gobernar sin cuestionamientos ni rivales de renombre que pongan en duda la gestión; o en caso que haya una oposición formada, tratar de formar a dicha oposición, buscando que el rival de uno siempre sea el más débil. En la mayoría de los sindicatos de Argentina, la primera opción fue escogida por muchos dirigentes y barrieron con todo tipo de referentes opositores. Se mantienen en sus cargos hace años, en las “elecciones” ganan por más del 90% y su gestión es siempre intachable. No hay cuestionamientos ni críticas. Están como en sus casas. O mejor incluso. Y aunque la democracia no está directamente vinculada a la cantidad de mandatos ni a un día de elecciones, sí está relacionada a la existencia de otras voces, de otras opiniones, que aporten y colaboren con los que gobiernan.

Hugo Moyano llegó a la presidencia de Independiente luego de los peores diez años de la institución –algunos de los cuales participó su hijo Pablo Moyano cuando Julio Comparada era presidente, pese a que a veces la memoria de algunos falle un poco-. El poder, ese jugador silencioso y oculto, trabajó durante los meses previos a que Moyano gane las elecciones. Allanó caminos y la imagen de Hugo Moyano como candidato era la indicada en los medios de comunicación. Muchos ayudaron o muchos fueron influenciados por el poder para que se logre esa imagen. La elección estaba garantizada, no había ninguna posibilidad que gane alguna de las otras dos listas. Antes de ser presidente, Moyano ya había logrado su primer paso fundamental: Independiente era como su sindicato.

En sus dos años de gestión se encargó entonces de profundizar ese aspecto. Hizo y hace de Independiente su casa. Y para gobernar políticamente eligieron el camino sin oposiciones. En cierto punto, también es responsabilidad de la mayoría de los dirigentes opositores que son obsecuentes con el oficialismo con el objetivo de formar parte del mismo –algo que está muy lejos de ocurrir-. Pero también el oficialismo es formador de oposición, o en este caso de erradicarla y así intentar garantizarse futuras elecciones.  

Las gestiones de Julio Comparada y Javier Cantero arrasaron con Independiente, tanto económica como deportivamente. La vara había quedado por el piso. Los jugadores del poder influyeron en que esa vara haya quedado por el piso para que quienes gobiernen luego lo hagan en total tranquilidad. No obstante, en estos dos últimos años la medida fue contundente: no hay vara. “No sé olviden como estábamos con Comparada y con Cantero” como respuesta principal a cualquier cuestionamiento de algún periodista que no forme parte del blindaje mediático que tiene mayormente la actual Comisión Directiva. No hay vara hoy en Independiente.

Hugo Moyano da por concluida la asamblea. Todo lo propuesto fue aprobado –presupuesto, balance y estatuto-. Está como en su casa. Casi sin críticas, casi sin cuestionamientos. Pero también prácticamente sin logros deportivos y sin otras voces. Y entre las casas de Hugo hay una diferencia fundamental: los sindicatos no tienen arcos. 

domingo, 30 de octubre de 2016

El Pelusa


Los integrantes de la mesa del bar se juntaban todos los últimos domingos de cada mes. Entre café y café, los análisis más profundos de fútbol y política salían de las bocas de los integrantes de la mesa del bar. Le decían la mesa del bar, porque era así, distinta al resto. Aunque era de cuatro patas y del mismo material que las otras, la mesa del bar era la mesa del bar. Así lo creían sus integrantes y todos los que se acercaron en algún momento al bar. El último domingo de octubre de 2016 no fue como cualquier otro domingo del año ni como cualquier otro domingo de octubre de años anteriores. El último domingo de octubre de 2016 fue justo 30 de octubre, cumpleaños número 56 de Diego Armando Maradona, y la mesa del bar ese día tuvo un solo tema de conversación: Diego.

El Gordo, socio fundador de la mesa del bar, se pidió el primero de los café que se pediría ese último domingo de octubre y sentenció que nadie sabía más de Maradona que él. “Yo estuve el día que Diego debutó en Argentinos y le tiró un caño a Cabrera de Talleres”, aseguró con firmeza. El resto de los integrantes de la mesa escuchaban con atención, mientras aguardaban su turno para contar más historias sobre Diego.

El Tano, que vivió diez años en Italia, lo interrumpió rápido al Gordo y afirmó que él estaba en la cancha el día que Diego le convirtió aquel histórico gol de tiro libre desde adentro del área a Juventus en el repleto estadio San Paolo. “Yo nunca vi nada igual, es imposible que una persona haga eso”, expresó el Tano, que era profesor de física y matemática y probó todo tipo de fórmulas para explicar la trayectoria que realizó ese día la pelota luego de despegarse de la zurda de Diego.

El Alto, lector de libros y de partidos, les garantizó al resto de los integrantes de la mesa del bar que Diego no era simplemente un futbolista, sino que también Diego hacía del fútbol un partido de ajedrez. Y regaló para la mesa del bar algunas partes del poema de Borges “Ajedrez”: ‘Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito… No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino, sujeta su albedrío y su jornada… También el jugador es prisionero, (la sentencia es de Omar) de otro tablero, de negras noches y blancos días’. “Borges era un crack, como Diego”, agregó el Alto.

Las historias pasaban como pasaban los café en el último domingo de octubre de 2016. Pero alguien se acercó ese día a la mesa del bar. Un joven, que estaba tomando una cerveza en el bar aquel día caluroso de octubre, interrumpió las palabras y los café y les dijo: ‘Disculpen que me sume. Incluso disculpen mi molestia. Pero les tengo que contar algo. Tengo 25 años. Y no, no lo vi en vivo a Diego por esas cuestiones de que uno nace cuando le toca y no cuando elige. Pero vi sus vídeos, vi sus jugadas y sus luchas. Lo vi y lo leí. Me emociono en cada relato y en cada historia. Me indigno en cada derrota y en cada injusticia. Lo entiendo y no lo juzgo. Es genuino y argentino. Y aunque muchos los juzguen con una vara siempre injusta, yo elegí aprovechar la oportunidad que nos dio de quererlo’. El joven se sentó ese día y todos los últimos domingos de cada mes en la mesa del bar. El Gordo, el Tano, el Alto y el resto de los integrantes lo llamaron desde ese día ‘Pelusa’. 

jueves, 20 de octubre de 2016

A primera vista



Mientras esperaba para ver aquel Argentinos Juniors – Talleres del 20 de octubre de 1976, Pedro tomaba un café en un bar de la esquina de Juan B. Justo y Boyacá o en algunas de las esquinas porteñas cercanas a la cancha de Argentinos. Restaban pocos minutos para el comienzo del partido y ya Pedro llamaba al mozo para que le cobre, cuando las puertas del bar se abrieron y entró ella, morocha, radiante y con una sonrisa que iluminaba ese miércoles primaveral de octubre. Pedro la vio como nadie la vio ese día y todos los días que antecedieron y siguieron a ese día. Pedro la vio a ella como nunca había visto a una mujer. Era un amor a primera vista. Pero el fútbol y aquel Argentinos – Talleres impidieron que Pedro se arrime a su mesa, por lo que pagó su café y se dirigió rumbo a la cancha.

El estadio estaba repleto. Tantísimos cordobeses habían viajado para ver a Talleres. El Hacha Ludueña llenaba las gargantas de gol de esos cordobeses, convirtiendo el 1 - 0. En la semana, el técnico de Argentinos Juan Carlos Montes se había acercado en el entrenamiento al quinceañero Diego Maradona para decirle que se prepare, que iba al banco de Primera. Corrió  Diego hasta su casa. “’Mamita, mamita’ se acercó gritando; la madre extrañada dejo el piletón; y el pibe le dijo riendo y llorando: ‘El club me ha mandado hoy la citación’, escribió para siempre y para todos Reinaldo Yiso. Don Diego y Doña Tota reían y lloraban de la emoción.

Pedro observaba desde una de las tribunas de ese estadio ya viejo de la Paternal. Montes lo miró desafiante a Diego y él, a diez días de cumplir dieciséis años, le mantuvo firme la mirada. “Vaya, Diego, juegue como usted sabe... Y si puede, tire un caño”, le indicó Montes.

Hay historias que tienen principio y tienen final. Otras que sólo finales, o sólo principios. Ese día empezaba la historia entre las historias de fútbol. Empezaban risas y lágrimas. Diego entró a la cancha y a los corazones de todos. Recibió la pelota y dibujó un caño entre las piernas de Juan Domingo Cabrera grabado en las retinas de todas las personas que habían colmado la cancha. Pedro, sentado y angustiado todavía por no haberle podido hablar a ella, la morocha radiante y sonriente del bar, miró a Diego y río. Miró el caño y aplaudió. Miró y entendió: eso era un amor a primera vista.

Habían pasado dos semanas y Pedro volvió a pedir un café en el bar de la esquina de Juan B. Justo y Boyacá o en alguna otra esquina cercana a la cancha de Argentinos esperando ir nuevamente a la cancha. Faltaba para el comienzo del partido, cuando volvió a entrar ella, morocha, radiante y sonriente. Pedro la vio como la vio aquel 20 de octubre de 1976 minutos antes del debut de Maradona. Ella, única y mágica. Ella, moracha y radiante, tenía puesta la camiseta de Argentinos Juniors y en su espalda un número brillaba. Era el dieciséis que usaba Maradona. Pedro la vio y le regaló sonrisas, las mismas que le regalaría a Diego por años y años. Esta noche Pedro festejará junto a ella los 40 años del debut de Maradona. En dos semanas, ella y Pedro festejarán 40 años de amor, sonrisas, lágrimas, caños y goles juntos. 40 años de amores a primera vista. 

domingo, 21 de agosto de 2016

El maestro olímpico



Maestro de primero a sexto, dentro y fuera de las aulas. Martín es simplemente eso, un maestro. Enseña y aprende con sus estudiantes. Y aunque a veces sus alumnos se dispersan o reniegan de un tema, él siempre encuentra el modo de ejercer la docencia, de enseñar y aprender, y sobre todas las cosas de jugar. Y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro fueron la excusa ideal de Martín para las clases durante dos semanas de agosto.

Las clases de ciencias naturales se sumergieron en lo más profundo de las aguas. Sus estudiantes, fieles criticadores de los temas que propone la naturaleza, descubrieron para el aula y para el mundo que hay un nueve pez en el planeta y que sin muchos preámbulos determinaron llamar a esa especie por su nombre: Michael Phelps. Después de colgarse medallas y medallas de oro, minutos después de su última participación en los Juegos, después de su último oro y después del agradecimiento de Phelps a sus compañeros de posta por participar en su última carrera, los estudiantes de Martín se tiraron a la pileta y nadaron en tiempos récords en los libros de ciencias naturales.

En esos libros y en esas aguas encontraron a dos navegantes de la vida. Cecilia Carranza y Santiago Lange, los argentinos que obtuvieron la medalla dorada en vela, acompañaron a los chicos a navegar todo tipo de agua y cada uno de los días posteriores. Mientras navegaban en la historia de los vientos y las aguas, descubrieron que Santiago Lange en 2015 había superado un cáncer de pulmón y Martín y sus alumnos consensuaron que eso ya lo convertía en un olímpico de la vida y festejaron una nueva medalla para Argentina.

Las clases de arte también tuvieron su distinción. Martín, maestro y jugador de todos los Juegos, no dudo en traer a su aula a Simone Biles, la gimnasta estadounidense que enamoró y emocionó al mundo con la belleza de sus saltos. Ganadora de cuatro medallas de oro, Biles logró que los estudiantes de Martín saltaran para siempre a los cuadros de Picasso, porque tanto para Martín como para sus alumnos lo de Biles era sin duda arte en su máximo esplendor.

Cada día de estas dos semanas de agosto, Martín les aseguraba a sus estudiantes que cada clase quedaría en cada uno de ellos para siempre. Lo decía convencido, seguro, sin temor a equivocarse. Para Martín cada aula en la que entraba era para él una verdadera Generación Dorada como la Selección Argentina de Básquet y aseguraba que toda generación dorada trasciende épocas y momentos. Y aunque esta vez no logró encontrar un tema específico de los que proponen los subjetivos planes de estudios, Martín llevó a Ginóbili, Scola, Delfino y Nocioni a sus aulas. Lo hizo con un solo propósito: contarle a sus estudiantes que el paso por la escuela como determinadas generaciones de jugadores sólo duran algunos años, pero que se guardan para toda la vida.

Las clases olímpicas de Martín eran sobre todas las cosas olímpicas, sin medallas que impongan los nombres. Por eso un día les contó a sus estudiantes, a sus compañeros de aula, sobre su sobrina María, que trabaja sin relojes ni calendarios y no se cansa nunca de ayudar a quienes sufren la injusticia más dura como es la desigualdad social. Martín sabe que su sobrina María vive luchando contras las desigualdades, por cambiar cada día un poco más el mundo, y eso la convertía sin duda en una persona olímpica. Los estudiantes de Martín no solamente determinaron entregarle una medalla dorada a María sino que también empezaron a pelear por la inclusión y la igualdad social.

Los Juegos regalaron historias y Martín y sus estudiantes leían y conocían cada una de ellas. Cada uno de los días antes de subir a las aulas, los alumnos de Martín y los alumnos de otros maestros deben juntarse en el patio del colegio para izar la bandera. Este es el primer momento que los chicos reniegan de la escuela, el orden tan temprano en la mañana. Martín, jugador de toda la cancha y a toda hora, jugó con las formaciones. Desde el más pequeño al más alto llevaron durante dos semanas un nombre. Los nombres variaban a diario, pero hubo dos que nunca faltaron: siempre dijo presente primera en la fila Paula Pareto, ganadora de la medalla de oro en judo con un metro cincuenta, y siempre estuvo al final de la fila Juan Martín Del Potro, que a pesar de medir casi dos metros no se le complicó para que le cuelguen la medalla de plata.

Entre juegos y más juegos, las clases de matemática llenas de números jugaron a la par de Río de Janeiro. Y lo hicieron con quien desafía hace tres Juegos Olímpicos los números de los récords. En las clases de matemática los estudiantes de Martín jugaron a ser Usain Bolt. Minutos antes que termine cada una de las horas de matemáticas, Martín les presentaba a sus estudiantes un problema matemático para que lo resuelvan en los mismos tiempos en los que Bolt corre 100 y 200 metros. Los chicos, interesados esta vez en los números, lograron resolver miles y miles de problemas. Lo hicieron como cada carrera de Bolt y los terminaron como Bolt termina cada carrera: felices y disfrutando. El único problema que no lograron resolver hasta el momento es cómo explicar que existe Bolt, que vuela sobre las canchas y que desafía todo tipo de números.


Pasaron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, pero las clases de Martín siguen. Ahora sus estudiantes profundizan en cada uno de los temas. Faltan cuatro años para Tokyo 2020, pero algo saben Martín y sus alumnos: olímpicos hay que ser todos los días. 

miércoles, 22 de junio de 2016

Las gambetas del Negro y Diego



El 10 de junio de 1986 mientras Argentina le ganaba 2 a 0 a Bulgaria en el Mundial de México, con goles de Jorge Valdano y Jorge Burruchaga, el Negro Baltazar festejaba su cumpleaños número 46. Festejaba con su familia y sus compañeros. Festejaba el segundo triunfo de la selección en el mundial y el pase a octavos. Pero sobre todas las cosas el Negro Baltazar el día de su cumpleaños festejaba que con ese resultado los cuartos de final podían ser contra Inglaterra. No lo decía entre sus familiares y compañeros porque primero estaban los octavos de final contra Uruguay. Pero el Negro estaba convencido, los cuartos iban a ser contra los ingleses.

El Negro Baltazar miraba el Mundial del ’86 por Argentina, por el fútbol y por Maradona. Se quejó por las patadas que lo hostigaron en el partido frente a Corea del Sur. Se enamoró una vez más de Diego con el gol a Italia. Se puso ansioso en los partidos contra Bulgaria y Uruguay porque Diego no convirtió goles. Pero el Negro Baltazar sabía que la historia se escribe con lucha y compañerismo, y el partido de cuartos era el momento de la historia para escribir un capítulo único. 

En el fútbol, como en la vida, las gambetas eluden mucho más que jugadores. Una gambeta saca del camino a cuanta injusticia se interponga en el trayecto. Eso lo sabía Diego y lo sabía el Negro Baltazar, que hacía 46 años gambeteaba en la vida. Sus gambetas no fueron con la pelota ni tampoco solitarias. Porque una gambeta, un engaño al rival, necesita la ayuda de un compañero, de alguien que esté presente para generar incertidumbre en el contrario. El Negro Baltazar, militante de la vida y de sus ideales, gambeteó injusticias y persecuciones políticas. Gambeteó destinos y mudanzas obligadas porque unos pocos buscaban desterrar sus ideales e imponer el miedo. Diez años antes que empiece el Mundial del ’86, se iniciaba en Argentina la más siniestra historia de las dictaduras cívico-militares. Desde aquel día, y de antes también, el Negro Baltazar gambeteaba junto a su familia y compañeros secuestros y torturas.

El Negro Baltazar veía en Diego a un gambeteador de la vida. Porque Diego gambeteaba dentro y fuera de la cancha. Adentro lo hacía con los rivales. Afuera gambeteaba a las injusticias sociales del día a día. Ambos gambeteaban y luchaban. Los dos siempre con la camiseta de su país, de Argentina, que la defendían a diario.

Doce largos días pasaron del cumpleaños número 46 del Negro Baltazar para llegar finalmente a los cuartos de final contra Inglaterra. Habían pasado cuatro años de la inentendible guerra de Malvinas y las comparaciones eran inevitables. “Este será un partido ideal para que se confundan los imbéciles”, escribió Jorge Valdano horas antes del partido. El Negro Baltazar estaba muy lejos de esa comparación. No lo veía como una revancha. Pero el corazón en el fútbol, como en la vida, tira mucho por la bandera y en este partido el corazón jugaba un papel protagónico.

El Negro Baltazar lo vio tan ansioso como convencido ese partido. Confiaba en su país y en Maradona. Y no se equivocó. Diego gambeteó, jugó con un compañero como hacía el Negro Baltazar en la vida, y engañó a árbitros y jueces. El puño izquierdo, símbolo de lucha, llegó más lejos que las manos y los ojos del arquero inglés Peter Shilton. La pelota entró picando al arco y Diego salió corriendo festejando el primer gol argentino. Era “la mano de Dios”, la de un pueblo abatido por la injusticia de una guerra. No era revancha ni justicia divina. Porque esto no era un robo, no era un robo como aquel de hacía cuatro años, impune e injusto. Esto era gambeta y engaño. Era el puño de Maradona y los puños de miles de compañeros que lucharon como el Negro Baltazar. Pero el Negro seguía convencido de algo: no alcanzaba con el engaño, con la mano izquierda del lado de la justicia, faltaba algo más, faltaba el fútbol, faltaban gambetas.

“Gambeteando a todos enfrentó al arquero; y con fuerte tiro quebró el marcador” dice el tango de Reinaldo Yiso graficando lo que fue un derroche de gambetas en el Estadio Azteca. Cinco minutos después de la mano que engañó a todos, Diego se vistió de Negro Baltazar, de héroes de guerra, de compañeros desaparecidos, de marginados por las desigualdades sociales, y se lanzó al mundo a gambetear ingleses. Gambeteó a todos como canta el tango. Tenía razón el Negro Baltazar. No alcanzaba con la mano, faltaba la gambeta tan suya como de Diego. No era un partido más ni tampoco era una revancha. Así lo sentía el Negro Baltazar, que festejaba los goles y las gambetas de Diego.

Con el pasar de los años, Jorge Valdano, que esperó el pase de Diego en toda la jugada y disfrutó el gol como todos, sentenció "en un partido de un grandísimo valor simbólico, Maradona mostró las dos formas de ser del argentino. En el primer gol muestra la picardía criolla o la viveza. Argentina es un país donde el engaño tiene más prestigio que la honradez. Pero también tiene otra cara. Es la del virtuosismo y la habilidad. En el segundo gol Maradona corona el partido con una obra de arte. Es la habilidad, la gambeta, la nuestra". Valdano resumía todo en una frase. Resumía la jugada que quedaba grabada para la eternidad en la retina de él y de miles de personas. Y en las retinas de Manuel Alba Olivares, un colombiano que hizo conocer Eduardo Galeano, gambeteador en la vida y con las palabras, en “Los hijos de los días”. Esas gambetas fueron las últimas imágenes de Manuel, que a los once años y cuando Diego empujaba la pelota a la red, sus ojos se cerraron para siempre. Desde aquel día, Manuel pide prestados los ojos de sus amigos para ver gambetas en el fútbol y en la vida.


El 25 de marzo de 2016, un día después de la multitudinaria marcha - en la que estuvo presente su familia y sus compañeros- en recuerdo a los 30 mil desaparecidos en la última dictadura cívico-militar, a 39 años de la desaparición del periodista, escritor, luchador, gambeteador, militante y compañero Rodolfo Walsh, a casi 30 años de aquellos festejos por su cumpleaños número 46 y los goles de Diego, el Negro Baltazar no pudo gambetear más internaciones, ampollas ni enfermedades. Trascendieron sus ideales y sus gambetas. Sus compañeros que no veía hace 40 años lo esperaban para gambetear nuevas  aventuras de militancia y de principios. Acá seguiremos, como el Negro Baltazar y Maradona, gambeteando injusticias por la memoria de quienes lucharon con gambetas. 

lunes, 6 de junio de 2016

El farolero Ali



Esta vez tenía razón. Desde aquel abril de 1943 cuando usted Antoine de Saint Exupery publicó “El Principito” nos preguntamos por la frase que inmortalizó para la eternidad. “Lo esencial es invisible a los ojos”. Le confieso Saint Exupery que tengo mis dudas en ciertas ocasiones. Pero esta vez, esta vez usted tenía razón.

"Este hombre, quizás, es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Su trabajo, al menos, tiene sentido. Cuando enciende su farol, es igual que si hiciera nacer una estrella más o una flor y cuando lo apaga hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy bonita y por ser bonita es verdaderamente útil", sentenció el Principito describiendo aquel farolero de ese quinto planeta que nos regaló usted Saint Exupery. Y repito, esta vez tenía razón. La vida y este planeta, que no es el quinto planeta del que hablaba el Principito, sino más bien el tercero según nos indicaron las maestras de los primeros grados de nuestra infancia al estudiar el sistema solar, está lleno de faroleros que prenden estrellas o flores en cada momento.

La ocupación de Muhammad Ali fue mucho más que ser boxeador, fue mucho más que ser uno de los mejores deportistas de la historia. Su ocupación fue siempre farolero, como decía usted Saint Exupery. Si, farolero. El deporte fue el medio que escogió para encender estrellas y flores en cada lugar donde estaba.

Arriba del ring peleaba contra los mejores. Perdió grandes peleas y ganó otras tantas históricas. Abajo del ring luchó contra los peores, contra los más poderosos, sin miedo a exponer un sistema perverso que, como dijo usted Saint Exupery, era invisible a los ojos. Ese poder real, la esencia del sistema más injusto, era invisible a los ojos del mundo. Ali simplemente encendió los faroleros para que el mundo habrá los ojos y luche contra la injusticia más injusta que reina hasta ahora: la desigualdad social.

Tal vez fueron los ojos de aquella moza de un bar de la ciudad estadounidense Louisville los que primero se empezaron a abrir ante la lucha de Ali en 1960. Todavía con el nombre de Cassius Clay, que luego cambiaría por Muhammad Ali tras incorporarse al Islam, Ali obtuvo para los Estados Unidos la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma. Su sueño en aquel momento no se vinculaba a la emoción de escuchar el himno de su país ni de alzarse con la medalla en lo más alto del podio. Su sueño era un mundo más justo e igualitario. Y no espero en empezar su lucha. El primer round fue ahí en Louisville con aquella moza. Ali, campeón olímpico y representante del país en que se encontraba, le pidió un café, mientras estaba acompañado de su medalla dorada. La moza, como si fuese George Foreman, golpeó en lo más profundo a Ali. “No servimos a negros aquí”, sentenció ella. Los ojos de aquella moza hasta aquel momento estaban cerrados.

Debo remarcarle una cosa a usted Saint Exupery. Hubo alguien que si vio en aquel entonces lo esencial de Ali, su lucha social. Fue su rival. Amenazado por su repercusión mundial y popularidad, quienes imponían la desigualdad social, el racismo, vieron en Ali su rival más difícil de noquear. Y es que si una piña lo tiraba a la lona, Ali siempre encontraba las fuerzas para ponerse de pie y seguir luchando. El 8 de mayo de 1967 el Gran Jurado Federal de los Estados Unidos lo acusó formalmente de deserción, luego de que Ali se negara a ir a la Guerra de Vietnam con el ejército de su país. "No iré a tirar bombas en Vietnam mientras a los «negros» de mi tierra los tratan como a perros. El verdadero enemigo de mi gente está aquí. No traicionaré a mi religión, a mi gente ni a mí mismo convirtiéndome en un juguete para esclavizar a quienes luchan por justicia, libertad e igualdad. ¿Y si voy preso qué? Ya estamos presos desde hace 400 años", justificó Ali. Le quitaron su título mundial de pesos pesados y le suspendieron su licencia de boxeador por cuatro años. Le sacaron lo visible a los ojos de un mundo ciego en aquel entonces. Pero lo esencial de su vida, eso invisible a los ojos como nos enseñó usted Saint Exupery, estaba intacto. La lucha por un mundo más justo no terminaba. La campana no había sonado.

Ali le dijo que no a lo impuesto por el sistema. Luchó contra la Guerra de Vietnam, contra el racismo, luchó por los marginados. Y trascendió fronteras. Los faroles que encendía en cada punto del planeta Ali iluminaban a estrellas y flores que germinaban para crecer desde ese momento. La visita de Muhammad Ali en cada lugar era el comienzo de un camino de lucha constante. Y aunque el poder más siniestro de todos le quitaba títulos, licencias, posibilidades de subir a un ring, lo visible a los ojos, la esencia de él estaba intacta.

Pero algo entendió Ali. Los faroleros que usted nos enseñó Saint Exupery no pueden solos. Necesitan juntarse. La lucha en sociedad noquea cualquier rival que suba al ring. Por eso se juntó con Mandela.  Por eso charló y luchó junto a Malcom X, activista estadounidense,  por los derechos de los afroamericanos.

En 1974 lo visible a los ojos, pero no tan esencial para Ali, volvió a su poder. El título mundial de los pesos pesados volvía a su verdadero dueño. Lo esencial en la vida de Ali, invisible para quienes impedían que se perciba su revolución, seguía a paso firme. La justicia y la igualdad social eran los motivos de cada farol que encendía Ali.

El parkinson fue, tal vez, el rival al que nunca supo cómo pelearle. Desde que se subieron al ring, Mr. Parkinson lo tuvo contra las cuerdas y Ali simplemente aguantaba los golpes y otros los esquivaba. Mientras tanto el mundo empezaba a observar lo que tanto quiso mostraba Ali. No estaba seguro, pero seguramente ya podría ir a tomar un café a aquel bar de Louisville, donde lo echaron a principios de la década del ’60. Finalmente, el 3 de junio de 2016 el parkinson lo terminaría de noquear.


Es verdad Saint Exupery. Tenía razón usted. “Lo esencial es invisible a los ojos”. Los títulos, las medallas no son lo esencial en la vida. Lo esencial será siempre la lucha por un mundo más justo e igualitario. Eso que el siniestro poder quiere ocultar. Por suerte hay faroleros como Ali que vienen al mundo a iluminar estrellas y flores que prenden hasta la eternidad, como “El Principito”. 

lunes, 2 de mayo de 2016

Amores no tan imposibles

Entre amores y desamores Juan tiene un gran amor imposible. Aunque tampoco es imposible cree él. Simplemente es su gran amor. Algunos encuentros, otros desencuentros impiden que Juan tenga su oportunidad. Pero no desespera. Juan, ferviente fanático del fútbol, también ve el fútbol como momentos en que se cumplen amores imposibles. Y sigue soñando.

Sueña cada día y cada noche. Porque el amor como el fútbol es un desafío en el que se renuevan las esperanzas y las ilusiones, acaso lo más mágico de la vida. Como cuando Diego Maradona desde el pobre y marginado sur italiano le contó al norte y al resto del mundo que los amores imposibles son grandes sueños por los que vale la pena luchar y mantener viva la ilusión.

Sueña despierto y dormido por ese gran amor. Ese amor imposible no tan imposible. Porque lo sueña y lo busca. Porque en el amor como en el fútbol aun cuando menos te lo esperas, lo imposible llega. Y así fue que Maradona logró lo imposible con el Nápoli. Y así fue que otros pequeños grandes se impusieron ante la adversidad. Vencieron la injusticia más injusta que es la desigualdad.

Juan renueva cada mañana y cada noche las esperanzas y las ilusiones. Lo hace con el fútbol y con el amor. Lo hace el 2 de mayo de 2016 cuando se presentó el libro “Pelota de papel”, un proyecto de cuentos escritos por futbolistas. Se ilusiona como se ilusionaron hace un año un grupo de futbolistas y se juntaron únicamente por el hecho de ayudar y construir algo en conjunto. Porque un libro, el fútbol o el amor es una construcción en conjunto que vale la pena ser vivida.

Se levanta y se acuesta Juan ese mismo 2 de mayo de 2016 en el que las esperanzas y las ilusiones de hinchas y jugadores del Leicester de Inglaterra se convirtieron en realidad tras coronarse campeón de la liga inglesa. Un equipo que hace poco soñaba simplemente con mantener un plantel de jugadores. Un equipo que empezó a soñar con ascender a la primera categoría del fútbol inglés y era ese su gran amor imposible. Un equipo entre varios que soñó con mantenerse en dicha división,  todo un desafío que había que transcurrir. Un equipo que se impuso como Maradona a las desigualdades del fútbol y de la sociedad para consagrarse campeón. Porque en los sueños, en las esperanzas, en los amores, no existen las desigualdades. Simplemente son sueños, esperanzas y amores por los que se elige pelear.


Entre más encuentros y desencuentros, Juan vuelve a acostarse y a levantarse ilusionado y esperanzado por su gran amor. Porque como Maradona con el Nápoli, como el Leicester en Inglaterra, como “Pelota de papel”, triunfan los que sueñan, los que luchan. Y ahí va Juan, soñando y luchando por su gran amor. Un amor no tan imposible. 

lunes, 21 de marzo de 2016

Ahí estaremos

Me pongo a pensar y puedo asegurar que sé poco de su larga vida. Incluso no sé ni su nombre. Pero tampoco creo que sea necesario. Porque lo que trascienden son ideas e historias de vidas, grandes ideas y grandes historias de vidas. Los nombres, eso que los padres eligen cuando nacemos, solamente son un complemento de esos caminos. Él, el Negro para muchos según me contaron o abuelo para otros pocos que me contaron de él, trasciende más allá de su nombre.

Puede resultar injusto hablar del Negro sin conocerlo por completo. Injusto para él que tiene mucho por contar. Injusto para el resto que tenemos mucho para leer y escuchar de él. Sin duda también son injustos los años, el pasar de la vida y tantas cosas. Pero es mucho más injusto no hablar de él, que se opuso a las injusticias más dolorosas de todas, las de la sociedad.

El Negro militó y milita sus ideales. Por eso trasciende. Trasciende humanamente, en las personas que escuchan hablar de él. Trascienden sus ideales y sus historias. Militaba en la década del ’70 cuando las injusticias sociales buscaban, entre otras cosas, que no se militen esos ideales. Cuando se imponía el olvido.

La persona que me cuente de él le dice abuelo. Alguna que otra vez también lo llama por el Negro. Me habló de sus historias, de su vida, de sus largos años. Años y años militando y caminando, con sus ideales como referencia. Esa persona, su nieta, me dijo que ahora ampollas y más ampollas lo obligan a que la caminata deba esperar. O tal vez esas injusticias del cuerpo humano como las ampollas son fruto de tanto caminar. La trascendencia radica en que ese camino recorrido justifique todo tipo de ampollas, por más injustas que sean.

Sin embargo, el cuerpo humano es por momentos casi tan injusto como algunas sociedades, en las que unos pocos se imponen sobre muchos. A veces nos obligan a estar días y días en una cama luchando para volver y seguir recorriendo el camino de la vida, que aunque pasen años y años siempre pensaremos que es corta.

Se acerca el 24 de marzo y el Negro elige no olvidar. En sus ideales la palabra compañerismo le indica que el pasado no se negocia, que no hay olvido. Las banderas de la verdad, la memoria y la justicia las militó y las milita desde hace 40 años, desde aquel 24 de marzo de 1976. Por él, por sus compañeros, por 30 mil personas más.


Este año las injusticias del cuerpo humano lo obligan a no decir presente en la plaza. Pero si estará su familia, que lo acompaña en esta lucha. Porque sus ideales trascendieron y trascienden en cada persona que escuche hablar de él. Por eso este jueves su familia caminará a la plaza. Por eso diremos presente. Por él. Con él. Con treinta mil personas más. Por la verdad, la memoria y la justicia.