domingo, 30 de octubre de 2016

El Pelusa


Los integrantes de la mesa del bar se juntaban todos los últimos domingos de cada mes. Entre café y café, los análisis más profundos de fútbol y política salían de las bocas de los integrantes de la mesa del bar. Le decían la mesa del bar, porque era así, distinta al resto. Aunque era de cuatro patas y del mismo material que las otras, la mesa del bar era la mesa del bar. Así lo creían sus integrantes y todos los que se acercaron en algún momento al bar. El último domingo de octubre de 2016 no fue como cualquier otro domingo del año ni como cualquier otro domingo de octubre de años anteriores. El último domingo de octubre de 2016 fue justo 30 de octubre, cumpleaños número 56 de Diego Armando Maradona, y la mesa del bar ese día tuvo un solo tema de conversación: Diego.

El Gordo, socio fundador de la mesa del bar, se pidió el primero de los café que se pediría ese último domingo de octubre y sentenció que nadie sabía más de Maradona que él. “Yo estuve el día que Diego debutó en Argentinos y le tiró un caño a Cabrera de Talleres”, aseguró con firmeza. El resto de los integrantes de la mesa escuchaban con atención, mientras aguardaban su turno para contar más historias sobre Diego.

El Tano, que vivió diez años en Italia, lo interrumpió rápido al Gordo y afirmó que él estaba en la cancha el día que Diego le convirtió aquel histórico gol de tiro libre desde adentro del área a Juventus en el repleto estadio San Paolo. “Yo nunca vi nada igual, es imposible que una persona haga eso”, expresó el Tano, que era profesor de física y matemática y probó todo tipo de fórmulas para explicar la trayectoria que realizó ese día la pelota luego de despegarse de la zurda de Diego.

El Alto, lector de libros y de partidos, les garantizó al resto de los integrantes de la mesa del bar que Diego no era simplemente un futbolista, sino que también Diego hacía del fútbol un partido de ajedrez. Y regaló para la mesa del bar algunas partes del poema de Borges “Ajedrez”: ‘Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito… No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino, sujeta su albedrío y su jornada… También el jugador es prisionero, (la sentencia es de Omar) de otro tablero, de negras noches y blancos días’. “Borges era un crack, como Diego”, agregó el Alto.

Las historias pasaban como pasaban los café en el último domingo de octubre de 2016. Pero alguien se acercó ese día a la mesa del bar. Un joven, que estaba tomando una cerveza en el bar aquel día caluroso de octubre, interrumpió las palabras y los café y les dijo: ‘Disculpen que me sume. Incluso disculpen mi molestia. Pero les tengo que contar algo. Tengo 25 años. Y no, no lo vi en vivo a Diego por esas cuestiones de que uno nace cuando le toca y no cuando elige. Pero vi sus vídeos, vi sus jugadas y sus luchas. Lo vi y lo leí. Me emociono en cada relato y en cada historia. Me indigno en cada derrota y en cada injusticia. Lo entiendo y no lo juzgo. Es genuino y argentino. Y aunque muchos los juzguen con una vara siempre injusta, yo elegí aprovechar la oportunidad que nos dio de quererlo’. El joven se sentó ese día y todos los últimos domingos de cada mes en la mesa del bar. El Gordo, el Tano, el Alto y el resto de los integrantes lo llamaron desde ese día ‘Pelusa’. 

jueves, 20 de octubre de 2016

A primera vista



Mientras esperaba para ver aquel Argentinos Juniors – Talleres del 20 de octubre de 1976, Pedro tomaba un café en un bar de la esquina de Juan B. Justo y Boyacá o en algunas de las esquinas porteñas cercanas a la cancha de Argentinos. Restaban pocos minutos para el comienzo del partido y ya Pedro llamaba al mozo para que le cobre, cuando las puertas del bar se abrieron y entró ella, morocha, radiante y con una sonrisa que iluminaba ese miércoles primaveral de octubre. Pedro la vio como nadie la vio ese día y todos los días que antecedieron y siguieron a ese día. Pedro la vio a ella como nunca había visto a una mujer. Era un amor a primera vista. Pero el fútbol y aquel Argentinos – Talleres impidieron que Pedro se arrime a su mesa, por lo que pagó su café y se dirigió rumbo a la cancha.

El estadio estaba repleto. Tantísimos cordobeses habían viajado para ver a Talleres. El Hacha Ludueña llenaba las gargantas de gol de esos cordobeses, convirtiendo el 1 - 0. En la semana, el técnico de Argentinos Juan Carlos Montes se había acercado en el entrenamiento al quinceañero Diego Maradona para decirle que se prepare, que iba al banco de Primera. Corrió  Diego hasta su casa. “’Mamita, mamita’ se acercó gritando; la madre extrañada dejo el piletón; y el pibe le dijo riendo y llorando: ‘El club me ha mandado hoy la citación’, escribió para siempre y para todos Reinaldo Yiso. Don Diego y Doña Tota reían y lloraban de la emoción.

Pedro observaba desde una de las tribunas de ese estadio ya viejo de la Paternal. Montes lo miró desafiante a Diego y él, a diez días de cumplir dieciséis años, le mantuvo firme la mirada. “Vaya, Diego, juegue como usted sabe... Y si puede, tire un caño”, le indicó Montes.

Hay historias que tienen principio y tienen final. Otras que sólo finales, o sólo principios. Ese día empezaba la historia entre las historias de fútbol. Empezaban risas y lágrimas. Diego entró a la cancha y a los corazones de todos. Recibió la pelota y dibujó un caño entre las piernas de Juan Domingo Cabrera grabado en las retinas de todas las personas que habían colmado la cancha. Pedro, sentado y angustiado todavía por no haberle podido hablar a ella, la morocha radiante y sonriente del bar, miró a Diego y río. Miró el caño y aplaudió. Miró y entendió: eso era un amor a primera vista.

Habían pasado dos semanas y Pedro volvió a pedir un café en el bar de la esquina de Juan B. Justo y Boyacá o en alguna otra esquina cercana a la cancha de Argentinos esperando ir nuevamente a la cancha. Faltaba para el comienzo del partido, cuando volvió a entrar ella, morocha, radiante y sonriente. Pedro la vio como la vio aquel 20 de octubre de 1976 minutos antes del debut de Maradona. Ella, única y mágica. Ella, moracha y radiante, tenía puesta la camiseta de Argentinos Juniors y en su espalda un número brillaba. Era el dieciséis que usaba Maradona. Pedro la vio y le regaló sonrisas, las mismas que le regalaría a Diego por años y años. Esta noche Pedro festejará junto a ella los 40 años del debut de Maradona. En dos semanas, ella y Pedro festejarán 40 años de amor, sonrisas, lágrimas, caños y goles juntos. 40 años de amores a primera vista.