jueves, 26 de noviembre de 2015

El gen argentino


“Rosario tiene lindas minas y buen fútbol. ¿Qué más puede pretender un intelectual?”, sentenció tantísimas veces Roberto Fontanarrosa, que nació, vivió y murió en dicha ciudad. Su apodo el Negro era parte de su documento. Su forma de vivir, de trabajar, de reír y hacer reír eran parte de su gen argentino.

La mayoría de las ocasiones en las que se busca una persona que represente a los argentinos los nombres rondan por alguien vinculado a la política o al deporte. Porque así está impuesto en el análisis. Solamente se pueden elegir personajes que hayan representando al país a nivel mundial. San Martín, Moreno, Belgrano, El Ché, Maradona, Fangio, son los nombres que se apoderan siempre de las encuestas o de los programas de televisión que debaten sobre el tema. Seguramente, ellos tuvieron y tienen impregnado ese gen argentino, esa particularidad que nos hace distintos. Ni mejores ni peores. Distintos. Y eso también era Fontanarrosa. Un distinto.

Como argentino que era, el Negro hizo de todo. No obstante, sus dibujos y sus textos trascendieron más que cualquier otro trabajo que haya encarado a los largo de sus 62 años. Creó personajes que eran tan argentinos como él. El gaucho Inodoro Pereyra estuvo siempre acompañado de su perro Mendieta y un mate, que llegaban a compartir incluso. “Que lo parió”, respondía Mendieta.

Su ciudad fue Rosario. Su segunda casa El Cairo, el bar de Santa Fe y Sarmiento. Ahí, en “la mesa de los galanes” se hablaba de fútbol y de mujeres. Se hablaba de Rosario.

En Rosario se respira fútbol. En los bares y en las calles. O sos de Rosario Central o de Newell´s. No hay margen de error. El Negro se contagió de esa enfermedad llamada Central. Esa enfermedad no lo mataría nunca. Sin embargo, el viejo Casale, protagonista del cuento “19 de diciembre de 1971”, murió en una cancha de fútbol. Jugaban una semifinal Newell´s y Central. Central ganó 1 a 0 el partido y en pleno festejo, el viejo Casale, enfermo del corazón y de Central, falleció en plena tribuna. “La mejor manera de morir”, escribió Fontanarrosa. 

Trabajaba de tarde y de noche. Las mañanas, como todo dibujante, eran para dormir y descansar. El Negro aseguraba haber sido levantado dos veces antes de las diez de la mañana. “Sólo dos veces mi mujer me despertó antes de las diez de la mañana: una fue cuando me dijo: "invadieron las Malvinas". Y la otra: "Diego firmó para Newell’s". Dos catástrofes”.

El Negro no sólo dibujaba. También escribía. Escribió de fútbol, algunos cuentos de fútbol, algunas novelas de fútbol, y también otros textos de fútbol. Viajó a mundiales y desde distintos puntos del mundo contaba con sus dibujos los partidos. Fontanarrosa era hombre y argentino, y como muchos que cumplen esas dos condiciones, recuerdan fechas gracias a los mundiales de fútbol. “A mí el fútbol me sirve para acordarme de fechas. Porque soy un desastre para eso. Por ejemplo, sé que mi Viejo murió en el 71, pero no sé en qué día, o en qué mes. Entonces me guío por los Mundiales”, aseguraba.

El gen argentino nos hace distintos. A veces como bichos raros con respecto al resto del mundo. Fuera de protocolos, pasionales. Diferentes. Así fue el Negro Fontanarrosa cuando lo invitaron a exponer en el Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario. Lejos de lo protocolar y mucho más lejos de la demagogia, Fontarrosa reivindicó a las malas palabras. Habló de la palabra mierda, carajo y pelotudo. "Este es un ámbito más que apropiado para plantearse ¿por qué son malas palabras? ¿Le pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad, y cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿Quién las define como malas palabras?", expresó ante las risas de profesores, maestros y del Presidente del Congreso. Su nombre: Víctor García de la Concha.

Escribió hasta donde pudo. Dibujo un tiempo más aunque tampoco podía. Su último dibujo no podía haber sido otro. Era el “Canalla”. Un dibujo especialmente para que se impregne en medio del pecho de la camiseta de su querido Rosario Central.

En 2003 le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica. A los dos años la silla de ruedas era su principal compañera. Como lo hacía Mendieta para Inodoro Pereyra, a veces la silla renegaba por el Negro y exclamaba “que lo parió”. Era argentino y por ende había momentos que no existía enfermedad ni silla de ruedas que prohibía las ganas de trabajar y de hacer reír.

Fontanarrosa era amigo de todos. No recuerda haber tenido enemigos. A los 62, el 19 de julio de 2007, justo un día antes del Día del Amigo, el Negro sufrió un paro cardiorrespiratorio. La marcha el día de su entierro tuvo una para especial. El Gigante de Arroyito, la cancha de Rosario Central, lo tuvo cerca unos minutos. Se despedía uno de sus hinchas por excelencia. Esa enfermedad no logró matarlo.


Fontanarrosa fue negro, futbolero, enamorado de las mujeres, hombre de bares, trabajador y buen amigo. ¿Qué más puede pretender un argentino?

lunes, 15 de junio de 2015

Yo, maradoniano



La gran mayoría de las biografías o de textos que cuentan la historia de un determinado personaje suelen tener dos datos fijos: fecha de nacimiento y quiénes son los padres de dicha persona. Sin embargo, el segundo punto es, acaso, un dato que suele quedar en el olvido. Pero Diego Maradona, que nació el 30 de octubre de 1960 y que es hijo de Diego Maradona y de Dalma Salvadora Franco, y que ganó tantísimos títulos, que desafió a grandes jugando para los chicos, que gambeteó a cuanto jugador se le puso en su camino, logró también que ese segundo dato, esa información de “quiénes son los padres del personaje”, no quede una vez más en el olvido.

Maradona consiguió lo que se propuso y más también. Y pasaron años, años y más años y no habrá momento en que no se escuche “gracias Diego por existir”. No obstante, en esos años que pasarán y seguirán pasando también se escuchará “gracias Don Diego y Doña Tota”. Sí. Eso es ser maradoniano. Es entender a Maradona, es disfrutar de sus jugadas, es el fútbol. Pero ser maradoniano es también querer y agradecer en cada momento a sus papás, a Diego y Dalma, a Don Diego y Doña Tota, por haber traído al mundo a Diego.

En noviembre de 2011 falleció Doña Tota, esa mujer que dejaba de comer para que Diego y sus hermanos tuvieran un plato de comida cada día. Las canchas del fútbol argentino se enmudecieron todo el fin de semana durante un minuto homenajeándola a ella. Una de las dos personas responsables de traer al mundo a un chico que regalaría gambetas, goles, sonrisas y lágrimas. Ese silencio era el agradecimiento, el respeto, hacia esa mujer que vivió para sus hijos. Eso es ser maradoniano. Son las lágrimas en ese minuto de silencio que jamás se olvidará.

Ahora la historia también es triste. Don Diego está internado y luchando para salir adelante. De pocas palabras, pero siempre justas, Don Diego sentenció una vez “todos conocen al Maradona jugador, técnico, pero no conocen al Diego hijo, es mucho mejor”. Ahí estaba el verdadero Diego, el que sonríe en cada abrazo con su papá, el que agradeció hasta las lágrimas los homenajes a su mamá, el que juega con su nieto Benjamín y es feliz. Y los maradonianos están ahí, estamos ahí, en cada momento, sonriendo ante cuanto vídeo suba Diego jugando con su nietito, pidiéndole a algún Dios por la salud de Don Diego, emocionándonos cuando Doña Tota nos dejaba para siempre.

El 22 de junio de 1986 Víctor Hugo Morales le preguntó al mundo y el mundo se preguntó también “¿de qué planeta viniste Diego?”. Y ser maradoniano es responderse cada día esa pregunta. Es entender que Diego Maradona nació el 30 de octubre de 1960 y que sus padres son Diego Maradona y Dalma Salvadora Franco. Es llorar la despedida de Doña Tota. Y es gritar cada día ¡Fuerza Don Diego, lo queremos mucho!

lunes, 1 de junio de 2015

Obsesiones

El tío Carlos era un obsesivo de la opinión pública. No pasaba un día sin preguntarse qué pensaban los otros de él. Trabajaba día y noche no por beneficios económicos ni por mero placer. Su principal objetivo era que cada persona que hablé del tío Carlos diga que era una laburante como pocos.

Suelo acordarme en variadas situaciones del tío Carlos. Relator de anécdotas como pocos, tenía siempre algo para narrar. No obstante, así como lo caracterizaba su obsesión por “el qué dirán”, también lo definía su lejanía con el fútbol. Nunca le interesó jugarlo y mucho menos verlo. Y fue el pasado fin de semana en que volví a recordar sus manías, sus principales preocupaciones, su obsesión por lo que piensa el resto. Y raramente el recuerdo sucedió en una cancha de fútbol, aunque se extendió durante varios días de la semana. Fue en la cancha de Racing, el día del partido contra Independiente. Un estadio colmado por hinchas de Racing y con sólo un puñado de dirigentes de Independiente. A veces se me viene a la cabeza la constante inquietud del tío Carlos por saber qué pensarán de él y después veo tribunas repletas de hinchas locales sin visitantes y ahí prefiero no seguir el camino del tío, prefiero no saber qué pensarán los otros de que no podamos tener dos hinchadas en una misma cancha.

Sin embargo, ese día no pensé en el tío Carlos a partir de la injusta decisión de que no haya hinchas visitantes hace años. Fue otro el motivo. El partido ya llegaba a su fin y Racing le ganaba el clásico a Independiente. Las gastadas al rival ya empezaban a sonar y se dirigían hacia ese minúsculo grupo de dirigentes que se ubicaron en un corralito. Pero esta vez los gritos no eran a favor de Racing ni muchos menos contra Independiente. El destinatario principal de gran mayoría de los cánticos era Camioneros, el sindicato que está bajo el poder del presidente de Independiente Hugo Moyano. La relación que se hacía entre Independiente y Camioneros podría ser folklórica, una canto más, pero era sobre todas las relaciones posibles una relación tortuosa. Dolía mucho más que cualquier otro canto. Incluso mucho más que el partido en sí. Sin duda duele ver cuando el equipo del cual sos hincha se propone no cruzar mitad de cancha ni acercarse al arco rival. No obstante, el dolor de dicho canto va mucho más. Porque no se queda en unos simple noventa minutos. Ese dolor tiene fecha de producción, pero principalmente no tiene fecha de vencimiento.

El canto no es la confirmación de qué es hoy Independiente. Es folklore y se entiende. Sin embargo, ahí volvía a recordar la obsesión del tío Carlos y sabía que ese canto no debía quedar en un simple detalle del folklore. Cuán lejos está Independiente, mi Independiente, el de los hinchas, el de los socios, de ser Camioneros. Cuán lejos está Independiente en no parecerse a un club. Cuando las decisiones se definen entre unos pocos, cuando la sede del club es una simple foto sin movimientos, cuando las reuniones cambiaron de escenario, la fecha de vencimiento es indeterminada. Aunque tal vez lo que si empieza a fijar una fecha de vencimiento son los valores de un club.


Pasó una semana y sigo pensando en mi tío Carlos. Sigo obsesionado por saber qué es hoy Independiente, sigo obsesionado por saber qué piensa el resto de Independiente, sigo obsesionado por saber si quienes están al cargo del club son como era mi tío Carlos que trabajaba de día y noche. Sigo obsesionado por mantener la identidad de mi club.