El público
argentino es particular. Lo dice cada extranjero que se acerca al país. El más
pasional de todos. Pasiones futboleras, pasiones musicales. Tatuajes, lágrimas,
sonrisas, todo producido por una sola pasión. Esa que no se puede explicar, se
siente y nada más.
Desde chico
que mi pasión por el fútbol juega un papel fundamental en mi vida. Y voy a
narrar esta nota en primera persona porque voy a hablar de la pasión, de la que
siento, la que vivo y la que veo en mis pares. Siempre entendí al fútbol como
un hecho distinto a cualquier otro. No importa el equipo ni la situación en la
que esté, esa pasión es un denominador común en todos los hinchas. Otras de las
pasiones que me resultaban atrayentes, no mías sino para analizar, era la
música. Sin embargo, y a pesar de haber ido a algún que otro recital, nunca
creí que la música estaba a la altura del fútbol en cuanto a la pasión. Claro,
el fútbol es todos los fines de semana y los recitales no son muy seguidos.
Tenía en cuenta esas diferencias, pero insistía en que no había nada más
pasional que el fútbol.
El pasado
sábado la música dijo presente en Gualeguaychú. El Indio Solari reunió a más de
170 mil seguidores y batió cualquier tipo de récord. El Indio siempre me
pareció un personaje interesante para analizar. Algunos conocidos, también
futboleros, me contaban lo que era cada uno de sus recitales. El sábado pasado estuve
en medio de esas 170 mil almas que hicieron vibrar la ciudad entrerriana y cada
kilómetro de ruta recorrido.
Kilómetros
y kilómetros caminamos para poder llegar al Hipódromo de una ciudad colapsada.
Llegamos justo, sobre la hora, como cuando en un partido de fútbol el árbitro
pita el comienzo del encuentro. Los condimentos para el show no terminaban en
una larga caminata. Barro y lagunas por algunos sectores le daban un plus a
toda esa pasión. Por más de dos horas el Indio hizo rugir hasta los balcones de
los edificios cercanos al Hipódromo que se convirtieron en una platea
preferencial. Canciones nuevas, clásicos, memoria y viejos amigos pasaron por
el escenario. Los fuegos artificiales del cierre indicaban que la otra parte
debía comenzar: la larga vuelta a pie hacia los autos, micros, combis o algún
camping repleto de fanáticos.
Desde mi
salida de Buenos Aires rumbo a Gualeguaychú, pasando por las largas caminatas,
el recital, hasta mi vuelta a Buenos Aires, entendí que el Indio es fútbol.
Porque como en el fútbol, miles y miles seguidores se acercaron a una ciudad en
busca de esa pasión, esa loca pasión. Porque el barro, las largas caminatas, el
sonido (para algunos dependiendo del lugar donde te ubicabas) no impidieron a
cada fanático decir “me encantó el recital, fue increíble”. Algo similar pasa
en el fútbol, ambiente en el que los hinchas no conocen de distancias, lluvias
y se sobreponen a cualquier derrota. El Indio es fútbol porque en un momento
fue un equipo. Ese histórico equipo llamado “Patricio Rey y sus Redonditos de
Ricota”. Ese equipo que estuvo casi completo en Gualeguaychú y por el que la
gente pedía con emoción la vuelta de Skay, el único integrante que faltaba.
Pasiones y
pasiones se observan entre nosotros, los argentinos. Sin embargo, para mí el
fútbol es distinto a todas. Única como ninguna. Pero desde el sábado pasado tendré
que agregar, no como propia sino como pasión de miles de seguidores, al Indio
Solari. Difícil de explicar. Hay que estar y nada más.