Sin embargo,
Lionel Messi no percibe dicha diferencia. Récord que se nombra, récord que
mejora. El alemán Gerd Müller había convertido 85 tantos en 1972 y así escribía
un récord histórico, uno de esos que duran años y años y resulta inimaginable
superar. Cuarenta años después, en 2012, Messi, entre tanto récords que marca
por año, supera un récord histórico. Si, ese récord que parecía utópico
superar.
Pero aún
más. El récord por si solo sorprende (o no). Sin embargo, la estadística, el
camino a ese récord, es impactante. Messi disputó en el año 66 cotejos (y aún
quedan más por jugar). En esos 66 encuentros anotó 86 goles (un gol por Copa
del Rey, dos por Supercopa española, 13 en Champions League, 59 en la Liga
Española y 11 con la Selección Argentina). El argentino no completó los 90
minutos de cada partido. No obstante, si uno toma que hubiese jugado los 90
minutos, el promedio de gol de Messi es de un gol cada 69 minutos. Sabiendo que
hubo minutos que no estuvo en cancha, Messi llegó al récord histórico
convirtiendo un gol por hora.
¿Sorprende?
Las sorpresas se dan cuando uno menos las espera. Cuando resulta inverosímil
que suceda. Cuando Messi tiene la pelota en sus pies, el mundo entero anticipa
lo que va a desarrollar. Los mismos defensores conocen todos los movimientos.
Sin embargo, Messi no deja de sorprender, de emocionar.
Ya no
existen adjetivos que puedan describirlo. El mundo habla de él. Barcelona y
todo lo que lo rodea es una locura, y él inmerso en esa locura es otra locura.
Una locura en medio de una gran locura llamada Barcelona.
Messi sigue
rompiendo récords. Hace lo imposible, posible. Lo difícil, fácil. En un deporte
como el fútbol en el que los récords son acotados y mayormente históricos, él
los mejora año tras año. Como Usain Bolt en atletismo o Michel Phelps en
natación, pero él, único en el mundo, en el fútbol.