Mientras esperaba
para ver aquel Argentinos Juniors – Talleres del 20 de octubre de 1976, Pedro
tomaba un café en un bar de la esquina de Juan B. Justo y Boyacá o en algunas
de las esquinas porteñas cercanas a la cancha de Argentinos. Restaban pocos
minutos para el comienzo del partido y ya Pedro llamaba al mozo para que le
cobre, cuando las puertas del bar se abrieron y entró ella, morocha, radiante y
con una sonrisa que iluminaba ese miércoles primaveral de octubre. Pedro la vio
como nadie la vio ese día y todos los días que antecedieron y siguieron a ese
día. Pedro la vio a ella como nunca había visto a una mujer. Era un amor a
primera vista. Pero el fútbol y aquel Argentinos – Talleres impidieron que
Pedro se arrime a su mesa, por lo que pagó su café y se dirigió rumbo a la
cancha.
El estadio estaba
repleto. Tantísimos cordobeses habían viajado para ver a Talleres. El Hacha
Ludueña llenaba las gargantas de gol de esos cordobeses, convirtiendo el 1 - 0.
En la semana, el técnico de Argentinos Juan Carlos Montes se había acercado en
el entrenamiento al quinceañero Diego Maradona para decirle que se prepare, que
iba al banco de Primera. Corrió Diego
hasta su casa. “’Mamita, mamita’ se acercó gritando; la madre extrañada dejo el
piletón; y el pibe le dijo riendo y llorando: ‘El club me ha mandado hoy la
citación’, escribió para siempre y para todos Reinaldo Yiso. Don Diego y Doña
Tota reían y lloraban de la emoción.
Pedro observaba
desde una de las tribunas de ese estadio ya viejo de la Paternal. Montes lo
miró desafiante a Diego y él, a diez días de cumplir dieciséis años, le mantuvo
firme la mirada. “Vaya, Diego, juegue como usted sabe... Y si puede, tire un
caño”, le indicó Montes.
Hay historias que
tienen principio y tienen final. Otras que sólo finales, o sólo principios. Ese
día empezaba la historia entre las historias de fútbol. Empezaban risas y
lágrimas. Diego entró a la cancha y a los corazones de todos. Recibió la pelota
y dibujó un caño entre las piernas de Juan Domingo Cabrera grabado en las
retinas de todas las personas que habían colmado la cancha. Pedro, sentado y
angustiado todavía por no haberle podido hablar a ella, la morocha radiante y
sonriente del bar, miró a Diego y río. Miró el caño y aplaudió. Miró y
entendió: eso era un amor a primera vista.
Habían pasado dos
semanas y Pedro volvió a pedir un café en el bar de la esquina de Juan B. Justo
y Boyacá o en alguna otra esquina cercana a la cancha de Argentinos esperando ir
nuevamente a la cancha. Faltaba para el comienzo del partido, cuando volvió a
entrar ella, morocha, radiante y sonriente. Pedro la vio como la vio aquel 20
de octubre de 1976 minutos antes del debut de Maradona. Ella, única y mágica.
Ella, moracha y radiante, tenía puesta la camiseta de Argentinos Juniors y en
su espalda un número brillaba. Era el dieciséis que usaba Maradona. Pedro la
vio y le regaló sonrisas, las mismas que le regalaría a Diego por años y años.
Esta noche Pedro festejará junto a ella los 40 años del debut de Maradona. En dos
semanas, ella y Pedro festejarán 40 años de amor, sonrisas, lágrimas, caños y
goles juntos. 40 años de amores a primera vista.
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